sábado, 29 de septiembre de 2007

¡Leamos! La Carreta Literaria


En nuestra ciudad diariamente deambulan por las calles cientos de carretas destartaladas empujadas por hombres desgreñados y sudorosos que vocean a todo pulmón kilos de papas, limones, tomates o manos de plátano.
Pero una bien pintadita, con ruedas perfectamente engrasadas y empujada por un señor bien puesto, que no lleva ninguna algarabía particular y que camina a paso lento, como si empujara el coche de un bebé, no es precisamente una carreta común, es la carreta literaria.
Su propietario es un chocoano al que ya le empiezan a salir las canas, se llama Martín Murillo. Tan enigmática es su carreta como su historia. Llegó a Cartagena por primera vez en el año de 1996 con la finalidad de subir a bordo de un barco de contrabando rumbo a Panamá, pero las cosas no se dieron pues el capitán, quien era su amigo, lo dejó.

Regresaría para el año 2000, pero si no les cuento lo que pasó antes y durante todo ese tiempo no me lo perdonarían.

Martín nació en Quibdó un 20 de abril de 1968 en el barrio Cesar Conté, un barrio revuelto de gente diferente, como el mismo dice. Su casa quedaba en frente de la “chicharrona” una mujer gorda que hacía panes, además tenía de vecinos a futbolistas y cantantes como Jairo Varela del grupo Niche.

Vivió siete años en el chocó pero luego sus padres (un militar y una modista) se divorciaron y entonces se fue con su madre a Medellín.

A los 18, Martín ya era un joven rebelde y arrestado, de esos que no le tiene miedo a nada, edad en la que decidió irse y dejar todo para venir a hacer plata a la costa, “mis amigos me decían ‘vamonos pa´ la costa que el costeño es muy perezoso y allá hacemos plata’ y entonces nos fuimos para la Guajira a trabajar en las colmenas de otros que ya se habían ido”.

En esos avatares se convirtió en marinero de barcos de contrabando “contrabandeábamos muchas cosas, whisky por ejemplo, no se necesitan muchos conocimientos para ser marinero de barco de contrabando”.

De esa forma conoció Aruba, Panamá, Puerto Rico, San Martín, Jamaica y Cancún. Ganó dinero y se lo volvió a gastar, con lo que le quedó montó un negocio de arepas (que le enseñó a hacer la vida) en Barranquilla, dinero que volvió a gastar en viajes hasta llegar a Cartagena. Aquí es donde comienza la segunda parte de su vida sin un peso en el bolsillo.

Segunda parte

Nos sentamos a conversar sobre su vida en una banca del Camellón de los Mártires, eran las cinco de la tarde y no hacía calor. Tenía una antología de Luz Mary Giraldo sobre las piernas. Apenas llegué sacó de una bolsa de manila un libro de Ryszard Kapuscinski y me lo regaló, luego me invitó un tinto y tomó la palabra: “¿ya estás inscrita en la Fundación Nuevo Periodismo?”… “pues deberías”… “no se te ocurra irte de Cartagena, ésta ciudad es un diamante en bruto, es un centro cultural, no vez que aquí llegan los presidentes, los artistas”… “¿cuántos años de experiencia tienes ya?”... “los periodistas deben leer mucho”… “yo creo que dentro de unos años cadenas importantes de medios de comunicación se van a meter aquí”… “a todos mis amigos periodistas les digo lo mismo, en Cartagena tienen el cielo y el infierno, mientras los europeos tiene que atravesar los continentes para conocer el hambre ustedes solo van al barrio Olaya y ahí la encuentran”… “bueno ya no te doy más cantaleta ahora sí a lo que vinimos".

Sorprendida aún por su elocuencia y sencillez empezamos; primero hablamos de sus escritores favoritos, Gabo y Saramago, el uno por su narrativa y porque siempre vincula hechos que nos pasan a todos, el otro por la forma cómo expone los problemas éticos. Una hora después estaríamos hablando de cómo nació la idea de la carreta literaria.

“Llegué por segunda vez a Cartagena con un millón de pesos en el bolsillo, empecé a vender mercancías pero, de tanto fiar la plata se me esfumó,”.

A su arribo Martín se hospedó en la habitación número 20 del hotel La Muralla en la calle de La Media Luna, en poco tiempo le tocó mudarse a la número uno, pero no por ser precisamente la mejor, “yo no tenía plata para pagar una habitación con baño, así que el dueño del hotel me ofreció la #1, que es un pasillito donde nada más cabe una cama, ahí me quedé”.

Con cinco mil pesos que le prestó el dueño del hotel empezó a vender Bon Ice, y luego se convirtió en vendedor de agua. Pero no demoró en darse cuenta que tenía un buen negocio entre manos, “es que el menudeo no me daba casi nada y de pronto me di cuenta que los de las chazas de dulce le compraban el agua caliente a los camiones de Postobon y entonces se me ocurrió venderles la mía que sí estaba fría”.

Así, Martín se convirtió en el proveedor de 42 chazas en el centro histórico, que lo llevaron a vender el record de 1.600 bolsas de agua en un día.

En su labor como vendedor de agua, conoció a los personajes que cambiarían el rumbo de su historia y lo llevarían de las bolsas de agua a los libros.

Martín siempre ha sentido afición por la lectura inicialmente para instruirse sobre su pasión más grande, ser un analista de basketball de la NBA, “el basket es el deporte llevado a la máxima expresión, hay reglas claras para todo, es un deporte muy ético” dice convencido.

Un día mientras le vendía una botella de agua a Jaime Abello Banfi, director de la fundación Nuevo periodismo, empezaron a hablar de la lectura, luego sucedieron un par de encuentros muy decisivos que recuerda con emoción, “a mí nunca se me va a olvidar el 27 de mayo de 2002, cuando Jaime Abello me regaló unos libros en la fundación, ese día estaba con Jaime García, yo lo vi y se me pareció a Gabo pero no dije nada, ellos habrán pensado ‘ vamos a dárselos pa` quitarnos a este pendejo de encima, eso es arrebato de un día”.

A partir de ahí, los libros se le convirtieron en una obsesión. De 40.000 pesos diarios que se ganaba vendiendo agua a los chaceros, 10.000 los ahorraba para comprar libros. En las librerías llevaba abonos hasta que reunía 300.000 pesos y retiraba todo en libros y revistas. Fue así como armó de cero su propia biblioteca con 150 títulos, los mismos que le caben a la carreta literaria.

“A veces me daba ganas de irme para Quiebracanto pero me aguantaba, entonces me llevaba 10 – 20 cervezas pa’ mi cuarto, prendía el televisor ponía un partido de basket y así ahorraba”. Ahora su colección ya sobrepasa los 500 títulos.

Su pasión por la lectura también llegó a oídos de Raymundo Angulo, director del concurso Nacional de Belleza, quién le regalaría entradas para el primer Hay Festival que se organizó en la ciudad, “todo el mundo se sorprendió cuando me vieron allí, los de Postobon, los de la fundación, es que este negro tiene sus defectos de fábrica pero sé cómo moverme”. Me cuenta con picardía.

Pero sería un año después en el Congreso de la Real Academia de la Lengua que se realizó el pasado mes de marzo, cuando el periodista norteamericano Jhon Lee Anderson le recomendó que hiciera de su afición por los libros algo más tangible y útil, la inquietud quedó rondando en su cabeza hasta que dio con la idea, “un día mientras hablaba con Juancho el de los jugos en la plaza de la Aduana y con el camarógrafo de RCN, el bajito, me di cuenta que Lambis tenía una carreta que vendía libros debajo de La Alcaldía y se me ocurrió hacer una parecida pero no para venderlos, sino para prestarlos”.

En el mes de mayo de este año empezó a rodar la carreta literaria, “Raymundo me dió 500.00 pesos para empezar con la carreta, de ahí para acá él cubre mis gastos”.
A partir de entonces todo ha sido como una gran bola de nieve que crece mientras rueda, entrevistas con la CNN, La BBC, invitaciones, visitas a los colegios de bajos recursos de la ciudad , más libros, más elogios y por último lo vincularon al Plan decenal de educación, “me tocó en la mesa 38, para hablar acerca de cómo incentivar la lectura en los jóvenes , estaba junto con unas monjas y rectores de colegios, yo les dije de entrada: sólo tengo un PHD en supervivencia humana y un Magister en convivencia ciudadana; fue una gran experiencia”

Compartir sus conocimientos es una necesidad y hacerlo con la gente de la calle un deber “mí oficina es la calle, con todo respeto yo soy como las putas. A mí me faltan horas y horas de lectura pero nunca haré lo que hacen muchos intelectuales, encerrarse con sus conocimientos”, por eso la carreta presta libros al que se antoje de leerlos y sí se hacen muy amigos de Martín hasta se pueden llevar el libro para su casa, eso sí todo basado en la confianza y en la palabra.

Pero los sueños de Martín no paran, su próxima meta es llevar la carreta al festival del libro en Guadalajara, y después crear la fundación “Leamos: La carreta literaria”. De su antigua vida queda la nostalgia de los viajes, desea volver a Aruba pero esta vez para quedarse y por medios legales, “Aruba es para mí, lo que es Cuba para Hemingway”, sin embargo es realista todavía hay muchas cosas por hacer.

En este momento la carreta ha suspendido su labor en los colegios por inconvenientes económicos, en octubre finaliza la financiación del Concurso Nacional de Belleza.
Por eso Martín tiene un mes para obtener una respuesta de las empresas a las cuales presentó el proyecto de la carreta literaria de las que espera su financiación, entre ellas figuran grandes compañías como UNE, Surtigas, El Éxito o el Banco de la República y quizá La secretaría de Educación; mientras, todo aquel que se acerca con curiosidad a preguntarle y ¿usted de qué vive? él le responde: “No se preocupe por lo que yo me gano preocúpese por leer”.

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